EL SALTO AL PRECIPICIO
o el ejercicio de escribir
Juan Fernando Pérez H.
Muchos se acordarán de sus primeros intentos de escritura gracias a sus madres abnegadas, que guardan, desde el vientre hasta la muerte, cuanta “creación” brota de sus hijos para escoltarlas a la posteridad. Juan no cuenta con esa suerte, lo único que le queda es tratar de recordar, y viajar a aquellas épocas de niño recién iniciado en labores escolares, es verse envuelto en imágenes donde sus cuentos fantásticos, típicos de niño solitario, se han mezclado con la realidad y no han dejado mas que fotogramas y sensaciones aleatorias.
Un recuerdo si es claro: casa de su tía, segundo piso contiguo a su casa, luz tenue, mesa del comedor con sensación de hambre, cartilla “NACHO LEE” y la voz de la tía que suena a algo como: “hasta que no te aprendás todo el abecedario no te parás de ahí”; vaya primer encuentro, nada confirma mejor que “la letra con sangre entra”.
Parece cierto que el hombre sólo recuerda lo que más le ha marcado el camino, porque de aquel episodio, ligado a vuelta de página, se encuentra inmediatamente uno de un Juan más grande. Se ve en cuarto de primaria, olor a media mañana y bocadillo, hora de clase pero él está en el corredor tropezándose con su profesora de tercero que dice, mirando un cuaderno del pequeño: “Juan que te ha ocurrido, tu letra como era de bonita el año pasado, veo que no estás practicando”, pero pareciera no hablar, es mas como si aquel reclamo lo viera escrito en su propio cuaderno cual nota adjunta para que firmara el padre o acudiente; un sabor a frustración y una especie de apagón definen bien la emoción removida, el recuerdo viene acompañado de un: “ah, creo que por eso es que no escribía”.
Vale aclarar que en lo sucesivo Juan si escribió, como todo estudiante de colegio, llenó hojas y hojas con lecciones, todas sepultadas en la pila de “cuadernos para botar” que quedaba cuando debía “arreglar su cajón” al finalizar el año escolar; pero escribir, lo que se dice escribir por y para si mismo, eso si que no.
Paso el tiempo y ya en la universidad, Juan recuerda sus primeros intentos de escribir allí, ¡eran como si mirara a un precipicio y tuviera que lanzarse!, pánico total. Estos remedos esbozados, lucían más como una compilación de ideas impropias que un pensamiento de un “estudiante universitario ideal”, sin embargo, obligado a saltar más de una vez, había llegado al punto en el que estaba dispuesto a perder su miedo y gritar “¡JERONIMOOO!” cada vez que tuviera que hacerlo, todo gracias a su profe LuzMa de “despistemología”, cómo ella le decía al curso, la cual lo inició en el ritual, cual maestra chamánica, dándole algunas herramientas y alentándolo con unos “veo una voz que se expresa, pule aquí esto o aquello” o “esto está interesante, me gusta ese giro”. La valentía de Juan estaba dándole frutos y las caídas se fueron amortiguando más y más.
Ahora él piensa en el tiempo perdido, tanto por escribir y a la vez tantos libros por leer, porque así como no escribía no leía, y sueña, que tal vez así, de una forma poética, sanará a aquel pequeño que habita en sus adentros, que se frustró por su letra no tan bonita, y que decidió, sin saberlo, dejar de escribir un día cuando estaba en cuarto de primaria, en el corredor de su escuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario