EDUCACIÓN EN ARTE, HACIA LA GESTACIÓN DE UN SISTEMA VIVO
Una serie de preguntas, camino a las respuestas
Juan Fernando Pérez H.
Para la consolidación de cualquier organización social, se hace necesario que sus ideales o planteamientos sean compartidos por una “masa considerable” de seres humanos que a su vez transmitan estos planteamientos a futuras generaciones, para que aquello que se promulga pueda tomar el lugar de una “verdad”.
El arte se inscribe en estos parámetros básicos y si bien todos los elementos son primordiales, debería en primer lugar ser compartido por todas las personas y no por una “masa”, pero dentro de la relación, cabe resaltar “la transmisión” como el componente que da vigencia al ámbito, por lo que la educación se torna en el eje central, no como base de la experiencia ya que no sólo se trata de la formación de artistas, sino como la “capacidad instalada” de los individuos frente a la experiencia, en este caso, con el mundo del arte.
Considero que el sistema de arte actual es como una vía que se ha bifurcado; por un lado en una gran autopista (a la cual denomino Arte/sistema) y por otro, en un camino improvisado a un lado (Arte/órgano-vivo); estos, a medida que pasa el tiempo se van haciendo menos paralelos y más opuestos, lo que los deja con menor posibilidad de fundirse nuevamente en la gran vía. Pero ¿Cómo funcionan estas bifurcaciones y por qué es necesario retomar la unidad?
Para mi, el arte funciona con la estructura base de un sistema de comunicación (emisor-canal-receptor), en su particularidad y correspondencia, artista, obra y espectador; estos agentes se configuran de maneras distintas según “la vía” a la que se inscriben y en medio de la cual deciden transitar.
La autopista, aunque de buena estructura física que permite un buen viaje por medio de museos, salas, convocatorias, concursos y demás espacios brindados, la percibo como un aparato métrico, el cual piensa sus órganos bajo la pregunta de ¿Cómo medir? Y a partir de allí clasifica a la vez que excluye, adopta un carácter lineal y progresivo (monodireccional), rígido y normativo.
Allí hay un emisor que va tras el reconocimiento de su calidad de artista, (con variopinto requisito para su titulación), que a mi manera de ver se aleja en gran medida de su función y se convierte en un artista-relacionista público, foco de “popularidad social”, que se acredita a partir de conveniencias y favorecimientos; su nombre da la importancia a la obra, un branding donde él se sitúa por encima de su obra, le resta importancia y busca el reconocimiento de si ante el mundo.
La obra que éste genera es de una u otra manera comisionada y clasificada como pertinente o no al estándar de gustos y criterios de curadores y/o jueces de concursos y convocatorias. Es desequilibrada pues no siempre cuenta con igualdad entre concepto y materialización; además de la falta de “gracia” es tendencial y a la moda; un buen producto, para un buen negocio.
Aquí “espectador”, distingue a todos (los pocos) consumidores de arte de la sociedad, los cuales crean una especie de comunidad cerrada que determinan las direcciones del sistema y plantean reglas; el arte al servicio de ellos, no al servicio de la sociedad como experiencia trascendental que se traza en todos los ámbitos del ser humano (sensible, mental, espiritual).
La obra adquiere un valor ajeno a su esencia, no vale por su capacidad mística y comunicativa, vale tal vez más por ser de "Fulanito" o "Perencejo", no se sabe si el sistema es de arte, de artistas, de entidades o un negocio, y bajo estos ojos, el concepto de construcción social se hace superfluo. Es difícil para el sujeto inmerso en la materialidad del sistema actual entender que el arte tiene un gran peso y es vital, no es del azar ni un acto innecesario (recreativo), sólo porque los parámetros lineales de evaluación y segmentación que usa normalmente no aplican para este fenómeno que es complejo y trascendental (lo es en la medida en que afecta los sentidos, afecta las ideas, los principios, lleva a la reflexión y se instaura de una manera tan personal y propia); esta autopista se queda corta a pesar de todo.
El camino aledaño, se entrevé como un brote del Arte/órgano-vivo, que a falta de infraestructura y recursos, va formando su propia senda propenso a palidecer ante la magnitud vecina; salas alternas, propuestas con tinte social y de construcción de tejidos, iniciativas con nuevas dinámicas frente al fenómeno y nuevos lenguajes integradores sacan su escudo. Aquí, el arte nace de una chispa de vida, como agente de creación que pulsa la vida misma, abarcando espacios del ser que otras experiencias humanas no logran tocar ni contemplan. Un duro camino, que aunque también se queda corto, lo hace desde la forma y no desde el fondo.
Para llegar a todos los ámbitos del ser, la obra (principal eje del intrincado mecanismo que es el órgano-vivo) cuenta con un equilibro entre una claridad material (que toque las fibras sensibles y cautive o mueva sensaciones primarias) y una invitación a la reflexión conceptual desde un punto subjetivo de lectura e interpretación; cualquier intento de descripción sería una simple apariencia o suposición y no se puede tomar como una verdad absoluta ni dictaminante de tendencia. El resultado de éste diálogo interno conmueve la esencia espiritual.
El artista “órgano/vivo” actúa con su “genialidad” como plantea Kant, bajo unas reglas que no define pero siente palpitar en sí y hace uso de los conocimientos, teorías, técnicas y procedimientos que con mayor fidelidad le llevan a alcanzar su fin. Además se convierte en pitonisa que expresa sus “visiones” en lenguas tal vez extrañas y complejas para el común, pero que permiten apreciarla y hace de sí "el oráculo del dios arte". La “Sibila” se conecta con algo que va más allá de la lógica, puede llamarse mundo onírico, trance metafísico, escucha “la voz de Dios” y sin pensar, deja que todo su ser se invada y funcione como medio.
El espectador no se plantea una posición prima en el sistema, no hay niveles ni clasificaciones, se permite ser vulnerable ante la obra de arte y sus tejidos, sabe que su verdad es una más que aporta a la gran fundación de “verdades” de la obra, una verdad potencial, porque ella en sí permite los distintos abordajes y reflexiones. El mismo artista es espectador y junto con los otros forjan las dinámicas de este medio risomático; el mercado existe pero hace parte de ese intercambio, no domina ritmos, por el contrario los sigue y potencia el constante crecimiento, la depuración y la apertura.
Es en ésta relación de interconexión, donde la afirmación “arte para todos” cobra más peso y el lugar en el que se debe tener claridad que la palabra “todos” no excluye (no es todos los que hacen parte de x o y grupo) todos es todos. Es en la educación pero más que una educación en las artes, es en la formación de sensibilidades que se descubre la herramienta que permite trazar una ruta clara hacia el desarrollo de ese Arte/órgano-vivo el cual atañe a TODOS, importa y concierne a TODOS y es parte de la vida de TODOS.
Pero, si el arte es para todos ¿es la obra la voz de su tiempo por dirigirse a todos? ¿dónde queda la voz del artista? ¿éste expresa la voz de su tiempo o construye su propia voz frente a su tiempo?
La idea de obra nace como producto de una interrelación entre los factores del ser, los internos entre si y a su vez estos con los externos, de una forma muy intrincada sin proponer niveles ni jerarquías entre ellos. Por lo cual es tanto lo uno como lo otro: es el artista en medio de sus dos pupilas, sentidos y reflexiones y es el relato de una época; es singular y plural, la obra y las "n" lecturas que no son más que otras “obras” o “verdades” de un gran sustrato reflexivo.
De la paradoja no hay manera de salir, es la forma en que el hombre habita la concepción de los estados superiores a su condición, "el arte como dios" lo es todo a la vez: es el llamado, la puerta de entrada a sí y salida al mundo, el camino, la comunión (común unión), la experiencia, el medio, el mensaje y la redención.
Se hace necesario que el Arte/órgano-vivo ocupe el lugar que la vacua tendencia post-contemporánea goza en nuestros días, tomar la infraestructura de la autopista y no sólo apropiarse de los espacios sino redireccionar los caminos de la formación porque “el florecimiento humano requiere el florecimiento de las disciplinas de las humanidades”, como mencionaba al comenzar, es la educación la que permite a los seres humanos la plenitud de la experiencia estética y de la vida en general.
Una educación de procesos conductistas que rosa las humanidades, las visita de vez en cuando o se encuentra abismalmente aislada de un profundo carácter humanizante, (lo que precisamente genera el arte en los seres humanos), da como resultado sujetos socialmente adaptables y maleables y no por el contrario individuos apropiados de si, integrados con su pluralidad (interna y externa) y su comunión en la diversidad.
El arte trasgrede hasta un punto que ni el papel moneda de mayor denominación de toda la faz de la tierra es capaz de tocar, pero no sólo lo toca sino que juega con él, lo estimula, la lleva de paseo y lo devuelve a su casa para antes de las 10 pm; después de esta visita ya nada será igual, esa “doncella encerrada” aprende nuevos lenguajes, se vivifica y transforma, se deleita.